miércoles, 25 de junio de 2008

Sencillamente

¿Cómo suceden los encuentros causales?

Me llama poderosamente la atención la incapacidad de escuchar por momentos y descubrir viejas canciones, poemas, poesias y personas porque no, a cada instante.

NACHTRAGLICH le dijo Freud, a posteriori se lee... son cosas que te llegan despues, un tiempo despues o mucho despues, pero que nos resultan imposibles de leer en ese ahora.

Escuche esta canción de la Bersuit cuando salió, ritmicamente me parecio excelente. Hace poco y probablemente con la ayuda del Pen Drive que hace que la musica la lleve pegada, la "escuche" con los oidos y los ojos y la nariz... y aunque dicen que dicen que se trata sobre una prostituta que vende solo su cuerpo por dinero, creo que todos vendemos algo por algo, lo prestamos, lo modificamos... y si, somos tod@s en algun punto tratando de aprender a dar lo que mas nos guste y recibiendo, sencillamente, lo mismo.



Sencillamente...

Dame
sencillamente
Lo que más te guste
Lo que más te guste
Dame
solamente
Lo que más te guste
Y nada más

Es que estás llena de sombras
Y ensombreciste la casa
El nido estaba caliente
y acabó por enfriar
A veces duele mentirte la verdad
Es que te veo acovachada
Como una fiera acorralada
Que solo a mí quiere atacar

Por eso
Dame
sencillamente
Lo que más te guste
Lo que más te guste
Dame
solamente
Lo que más te guste
Y nada más

El esfuerzo te afea
Solo curvas en la espalda
La vida pierde la gracia
para el que olvida celebrar
Y me pedís lo que no tengo, mi bien
Lo que hago no te alcanza
No hay pan que tape el agujero
El de la angustia existencial

Por eso
Dame
solamente
Lo que más te guste
Y nada más

Está hinchada mirando el suelo
Con una virgen en tu regazo
Te deshiciste de vos
Y ahora lo culpás a Dios
Es que amo tu sonrisa
Y lo demás no me hace falta
Si bailaras para el cielo esta noche amor
Buenos augurios llegarán

A veces me siento cruento
Al fantasear con tu vida
No pongo de más expectativas
De que vayas a cambiar
Y a veces te volvés exigente
Esperando magia en mis propuestas
Pero alguna absurda respuesta
Te vuelve a decepcionar

Dame
sencillamente
Lo que más te guste
Lo que más te guste
Dame
solamente
Lo que más te guste
Y nada más
Por eso
Dame
sencillamente
Lo que más te guste
Lo que más te guste
Y nada más
Y nada más
Lo que más te guste
Lo que más te guste
Lo que más te guste
Lo que más te guste

Carta a Una señorita en Paris

Este texto del maestro Cortazar, me lo acercó Diego a partir de una critica que salio en el Diario La Capital sobre la obra en la que participo:
"Tina en el Pais" que últimamente esta marcando los pasos a seguir por mi vida.
No esta completo porque es largo, pero dejo el link para que no queden sin leer el final.


Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones.



Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.
Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.



Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.





Texto completo e increible....


http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cortazar/cartapar.htm

Alicia en NYC


Que mezcla de culturas en todas partes, cuantos caminos que cruzan en diferentes lugares.
Qué me interesa rescatar, qué me importa llevarme, qué puedo diferenciar...
No es tan fácil!
Les dejo un artículo excelente que salio hoy en le diario digitital de J. Lanata y una foto de Alicia, la nena que inspiro la obra de Lewis Carrol.



La empleada centroamericana le habla de las flores de su selva a la señora de más de 80 encorvada sobre sí misma, sobre la silla de ruedas en la que la pasea por el Central Park. Entraron desde el Uper West Side por la calle 77 siguiendo una huella de sol primaveral que convierte en una fiesta el verde de allá abajo. La empleada habla en español y la patrona contesta, o pregunta, en inglés neoyorquino de clase alta.

-¿What day is today?-
-Es jueves señora.

Avanzan lentamente pero con firmeza por las perfectas veredas y cruzan la Quinta Avenida. Es la única silla de ruedas manual que se ve entre los varios que andan por la zona en sus máquinas con motor y diferentes velocidades, sin asistente como nuestra antigua dama neoyorquina. La una junto a la otra lucen radiantes. La más vieja con la piel pálida como un papel chino que acaba de ser arrugado por un puño violento para luego volver a ser estirado y planchado hasta hacerlo brillar. La más joven, de unos 25 años, con la piel tersa y cobriza. Lleva el pelo tirante, en una firme cola de caballo, y viste con una elegancia mediterránea, de pantalón de lino celeste y camisa blanca. La dama combina varios tonos del crudo. Abordan el parque por un sendero en declive. La enfermera latina hace fuerza con los brazos para que la silla no se deslice peligrosamente hacia los canteros desbordantes de tulipanes rojos.
En el recodo de las flores suena un teléfono. La patrona señala con un dedo artrítico una cartera resplandeciente de canutillos en crudo. La empleada la atrapa y saca el celular. Lo atiende, en español.

-Aló! No. Sí. Le pregunto.-
-De la cocina señora. ¿Qué va a cenar?-
-I don’t know. Maybe a soup and salad.

Estacionadas cada una en su propia lengua marchan de memoria ese camino hacia un monumento de bronce al que se han trepado unos diez niños y niñas. Pasan bajo un cerezo al que la brisa le suelta las flores. Caen sobre el hombro de la anciana, la empleada se los quita como si limpiara de pelusas la tela. Ella le golpea la mano como a una nena que metió el dedo en la crema de una torta.
“¡Manchan!”, dice la mujer y termina de limpiarla. Frena la silla en el borde de la estatua. Es una niña sobre un hongo, rodeada de otros hongos y de un conejo. Parecen hechos a imagen y semejanza de los personajes que dibujó Lewis Carroll, Alicia parecida a una Menina de Velazquez: “Alice in Wonderland –dice en una placa-. In memory of my wife Margarita Delacorte who loved all childrens”.
Los niños rubios se montan sobre Alicia. Frotan. Se trepan. Se pelean por llegar a su cabeza. Se aferran de sus pómulos, o de su nariz. Solo uno escala el conejo blanco del tamaño de su madre, otra elegante vecina del barrio más caro de la ciudad, firme, al tanto de un porrazo. De entre las madres, las nurserys latinas y algunos curiosos, surgen personas con handys, riñoneras, cámaras, trípodes, el cartel que indica que una escena esta por comenzar. No son evidentes salvo para el que lleva un rato observando. La dama por fin los percibe y le pregunta a la chica:
-¿Wat’s happening, dear? -
-Creo que es el cine señora.

La vida en la pantalla.El celular vuelve a sonar. El cobre en el que está hecha Alicia brilla al sol. La vieja dice que ya no lo atienda.
-Le apago el teléfono así no perjudicamos la escena, señora. -
-¡Of course! –asiente la patrona, con una risita infantil.

El juego parece encantar a los que impasibles que nos abandonamos a la escena. De pronto una chica que viste chupines y una leve cresta punk se acerca a cada uno para ofrecerle una planilla en la que tras una breve lectura firman sin chistar. A su tiempo lo hacen la señora y la empleada. Y lo hago, solo para saber qué dice. Es el contrato en el que los presentes renunciamos a hacer un juicio por aparecer como sombras en el fondo de una plaza infantil de primavera. Cuando todos hemos firmado y se larga la acción con una actriz que habla por teléfono el sonido de un helicóptero corta la filmación. Detrás las sirenas de la policía hacen un coro ensordecedor.
-Maybe… the Pope—apuesta la dama. -
-El santo padre ya se ha ido, señora.
Vaya a saber por quién vigilan ahora.

Por Cristian Alarcon
Para Critica Digital
http://www.criticadigital.com.ar/index.php?secc=nota&nid=6265