miércoles, 25 de junio de 2008

Alicia en NYC


Que mezcla de culturas en todas partes, cuantos caminos que cruzan en diferentes lugares.
Qué me interesa rescatar, qué me importa llevarme, qué puedo diferenciar...
No es tan fácil!
Les dejo un artículo excelente que salio hoy en le diario digitital de J. Lanata y una foto de Alicia, la nena que inspiro la obra de Lewis Carrol.



La empleada centroamericana le habla de las flores de su selva a la señora de más de 80 encorvada sobre sí misma, sobre la silla de ruedas en la que la pasea por el Central Park. Entraron desde el Uper West Side por la calle 77 siguiendo una huella de sol primaveral que convierte en una fiesta el verde de allá abajo. La empleada habla en español y la patrona contesta, o pregunta, en inglés neoyorquino de clase alta.

-¿What day is today?-
-Es jueves señora.

Avanzan lentamente pero con firmeza por las perfectas veredas y cruzan la Quinta Avenida. Es la única silla de ruedas manual que se ve entre los varios que andan por la zona en sus máquinas con motor y diferentes velocidades, sin asistente como nuestra antigua dama neoyorquina. La una junto a la otra lucen radiantes. La más vieja con la piel pálida como un papel chino que acaba de ser arrugado por un puño violento para luego volver a ser estirado y planchado hasta hacerlo brillar. La más joven, de unos 25 años, con la piel tersa y cobriza. Lleva el pelo tirante, en una firme cola de caballo, y viste con una elegancia mediterránea, de pantalón de lino celeste y camisa blanca. La dama combina varios tonos del crudo. Abordan el parque por un sendero en declive. La enfermera latina hace fuerza con los brazos para que la silla no se deslice peligrosamente hacia los canteros desbordantes de tulipanes rojos.
En el recodo de las flores suena un teléfono. La patrona señala con un dedo artrítico una cartera resplandeciente de canutillos en crudo. La empleada la atrapa y saca el celular. Lo atiende, en español.

-Aló! No. Sí. Le pregunto.-
-De la cocina señora. ¿Qué va a cenar?-
-I don’t know. Maybe a soup and salad.

Estacionadas cada una en su propia lengua marchan de memoria ese camino hacia un monumento de bronce al que se han trepado unos diez niños y niñas. Pasan bajo un cerezo al que la brisa le suelta las flores. Caen sobre el hombro de la anciana, la empleada se los quita como si limpiara de pelusas la tela. Ella le golpea la mano como a una nena que metió el dedo en la crema de una torta.
“¡Manchan!”, dice la mujer y termina de limpiarla. Frena la silla en el borde de la estatua. Es una niña sobre un hongo, rodeada de otros hongos y de un conejo. Parecen hechos a imagen y semejanza de los personajes que dibujó Lewis Carroll, Alicia parecida a una Menina de Velazquez: “Alice in Wonderland –dice en una placa-. In memory of my wife Margarita Delacorte who loved all childrens”.
Los niños rubios se montan sobre Alicia. Frotan. Se trepan. Se pelean por llegar a su cabeza. Se aferran de sus pómulos, o de su nariz. Solo uno escala el conejo blanco del tamaño de su madre, otra elegante vecina del barrio más caro de la ciudad, firme, al tanto de un porrazo. De entre las madres, las nurserys latinas y algunos curiosos, surgen personas con handys, riñoneras, cámaras, trípodes, el cartel que indica que una escena esta por comenzar. No son evidentes salvo para el que lleva un rato observando. La dama por fin los percibe y le pregunta a la chica:
-¿Wat’s happening, dear? -
-Creo que es el cine señora.

La vida en la pantalla.El celular vuelve a sonar. El cobre en el que está hecha Alicia brilla al sol. La vieja dice que ya no lo atienda.
-Le apago el teléfono así no perjudicamos la escena, señora. -
-¡Of course! –asiente la patrona, con una risita infantil.

El juego parece encantar a los que impasibles que nos abandonamos a la escena. De pronto una chica que viste chupines y una leve cresta punk se acerca a cada uno para ofrecerle una planilla en la que tras una breve lectura firman sin chistar. A su tiempo lo hacen la señora y la empleada. Y lo hago, solo para saber qué dice. Es el contrato en el que los presentes renunciamos a hacer un juicio por aparecer como sombras en el fondo de una plaza infantil de primavera. Cuando todos hemos firmado y se larga la acción con una actriz que habla por teléfono el sonido de un helicóptero corta la filmación. Detrás las sirenas de la policía hacen un coro ensordecedor.
-Maybe… the Pope—apuesta la dama. -
-El santo padre ya se ha ido, señora.
Vaya a saber por quién vigilan ahora.

Por Cristian Alarcon
Para Critica Digital
http://www.criticadigital.com.ar/index.php?secc=nota&nid=6265

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